viernes, 19 de febrero de 2016


Hay en tus ojos
un profundo mar de lágrimas,

y cuando miras,
no hay mirada,
solo un intenso morir
que despedaza al mundo. 

Tu boca
es un beso de lirios que se desangran
en silencio, 
sobre un mar revuelto y grave. 

Todo a tu alrededor
es en vano, 
inestable. 
Eres una ventana al universo, 
fugaz, 
eterna, 
frágil. 

Eres la luna del desencanto;

dando vida,
aniquilando. 

                                                               

domingo, 26 de abril de 2015

Estoy en duelo
porque mi infancia ha muerto.

He abierto la bolsa de los días
para esparcir las semillas
sobre la tierra estéril y abandonada,
para que crezcan helechos 
robles, cerezos, palmeras
para que renazcan las flores
y el rocío conozca el reposo, 
para que vuelvan abejas
a posarse
y desposarse
para que en mis manos tiernas
no haya maldad ni sexo
y la sangre fluya 
por dentro
discreta
como ríos larguísimos
durmiendo bajo tierra,
para que mi olor
a nada huela
y la noche 
sea el más misterioso
de los misterios
que me rodean.

pero mis manos 
cobijan ceniza 
como arena de luto
y el enigma de la noche 
se desvela;
 un cofre abierto
y destripado.

La sangre que escupo
se enfrenta a la tierra polvorienta.

Por eso,
al ver el destello moribundo
de la tarde anaranjada
lo he sabido:
mi infancia ya estaba muerta.



lunes, 1 de diciembre de 2014

CUATRO VIEJAS.

Enfrente de mí
hay sentadas cuatro viejas.
Es lunes
y hace frío.
El vagón de metro
huele
a oxígeno usado.
Y cuatro viejas
que se ahogan
enfrente de mí.

En el calendario de sus vidas
está marcado el día
la hora,
el segundo,
en que las joyas
perdieron el brillo en sus cuerpos,
en que el cofre de la palabra
se vació de significado.
Hubo un día en que dejaron de ser señoras
para convertirse en viejas.
O quizá siempre hayan sido así,
con su cara enferma y azul
manchada de colores descoloridos
como salpicaduras
de un pincel sin control,
y sus labios sin barniz.
Labios revenidos,
sin tinte,
puertas
de una boca
que guarda
el aroma a insecto,
los efluvios corrosivos
que ascienden como enredaderas
por el tubo
de su garganta.

Ese es mi destino
-pienso-
un cuerpo
apedreado por los días
que sostienen huesos  pasados de moda.
Piel donde ha cicatrizado el rastro de las caricias.
No me lo creo.

Tengo cuatro viejas
sentadas frente a mí,
esperando en fila
a ser fusiladas
entre pasajeros sin nombre.

Es una advertencia,
está claro.

Y veo cómo el tiempo se enrosca
suavemente en sus cuellos colgantes,
como una anaconda.
‘Próxima estación, Diego de León’.

Consulto
por última vez el mapa
de arterias de colores conectadas
-esta es la mía-
Me levanto junto a la puerta,
y al abrirse,
penetra en el vagón
una corriente de aire
que no deja salir
antes de entrar
y me pregunto
en qué estación bajarán
las cuatro flores rancias.
De momento
camino por este hormiguero
buscando la línea 6
porque yo hago transbordo.




jueves, 27 de noviembre de 2014

VERSICIDIO.

Hoy he visto a mis poemas sufrir
pisoteados por el suelo
como hojas amarillas y naranjas de otoño,
ahogándose en charcos de espejo,
destiñéndose,
llorando las letras en el papel.

¡Por fin han sido liberados!
me los arrebató el viento
y los soltó en el patio de un colegio,
como si fueran los primeros copos
de una gran nevada
o una lluvia de perlas
de regaliz.

¡Qué entusiasmo febril
el de aquellos niños de uniforme
de rodillas raspadas
al volcar su rabia
sobre mis poemas indefensos!

Golpeados,
decapitados,
apuñalados…
la tinta de sangre
chorreaba
salpicando sus caras.
Allí se cometió
un auténtico versicidio.

¡Pequeños cabrones,
tomad mi cartera
o mi reloj,
esas hojas no valen nada!

-para nosotros no
pero para ti si-
podía oírlos pensar
mientras trituraban y devoraban mi creación,
tras la verja.

¡Os tragáis mi enfermedad,
la acabaréis vomitando
como yo!

Me doy por vencido
y retomo el camino,
abandonando a su suerte
-a mi suerte-
los poemas sin copia
de horas, lloro y sudor.

Y volviendo a casa,
cabizbajo,
recuerdo
que también yo,
a la edad de pocos años
pateé el lomo de Cristo
al salir de clase,
cuando aquella Biblia llegó a mis pies;

Nunca antes
un Dios
había llegado tan alto.

martes, 25 de noviembre de 2014

El verano galáctico
a cientos de años luz
escupe flashes melódicos de recuerdos
que consiguen hacer vibrar de amor nervioso
mi memoria despeinada.

Revivo al instante
el tacto de la arena ardiente bajo mis pies;
estaba allí,
sabiendo que haría el viaje espacial,
sabiendo que sentiría lo que ahora siento.

Viejo y desgastado
Como si lo que tenía que pasar hubiera pasado.
Lo que faltaba por escribir se hubiera escrito.

Pero aún quedan palabras,
todavía quedan labios
que me harán viajar en el espacio ficticio
de un tipo decrépito
que estará acabado.

lunes, 24 de noviembre de 2014

CENTRIFUGA.

Clavo los ojos en el reflejo de mi cara de gilipollas,
la misma que tengo desde hace mucho,
que da vueltas y vueltas entre espuma y lágrimas
junto con las prendas descoloridas que heredé de alguien.
Las máquinas, unas encima de otras,
temblando,
queriendo liberar el monstruo de telas que escupe contra la puerta,
y yo ahí, acorralado,
 esperando a que termine este día de mierda,
o esta vida,
sintiéndome como un idiota
partícipe de mi propio aislamiento,
director de la orquesta
que no sigue al maestro;
violines de jabón,
tambores que giran,
peceras llenas de un público húmedo
de cadáveres sonrientes.
-¿Qué coño hago aquí?
En esta habitación
que huele a la hipocresía del jabón sobre la mierda
con esta ropa de otro
que pesa toneladas
apretado,
asfixiado,
atrapado en una pompa de humo
que ahoga este cóctel de pensamientos centrifugados…
todo me pica,
pero cómo voy a rascarme el cerebro.
Aparecen los minutos que le quedan a mi lavado
-3-
en una pequeña pantalla.
Ha sido un lavado común,
sin altercados, como la mayoría.
Un lavado destinado a secarse al sol,
en el patio, a la vista de todos.
-2-
y yo sigo allí, con mi cara,
que gira sin girar,
pero ahora me levanto
y veo  los peces dando vueltas;
boca arriba,
boca abajo
y me quito los zapatos
de amargo olor a desidia
mientras los peces hacen piruetas
con sus cuerpos inertes
que se dejan llevar
libero mis tobillos
de la soga sudorosa
de unos calcetines ametrallados.
El suelo de la habitación es frío,
pero el gato negro sigue girando,
en la lavadora,
destiñéndose,
intercambiando colores con mis camisas,
y los peces muertos cantan bajo el agua
y yo me quito los pantalones,
los calzoncillos con mierda
y la camisa,
y solo le queda un minuto a mi lavado,
y el gato negro ya es casi blanco,
y mi teléfono suena ahí dentro,
porque a mi ya nadie me pregunta:
‘¿tienes algo de valor en los bolsillos?’
a no ser que quieran dinero.
y es Ella, pero no importa
porque cada vez da más vueltas,
y apenas se distingue nada,
es todo una masa difusa
de mierda limpia
y yo veo el puzle de mi cuerpo
desnudo
reflejado en las ventanas
de las otras máquinas,
y ahora tengo más
porque ya no tengo nada
y me doy la vuelta,
le doy  la espalda a la mierda
que llega a la culminación del giro,
porque hoy me permití el lujo
de programar un lavado largo
pero ahora salgo a la calle,
sin oír gritos de sorpresa
-‘porque ahí va el tío que no lleva sus Levis’-
porque la calle está desierta
y empieza a nevar,
pero los copos no caen como siempre,
bailan en espiral antes de morir en la acera
y los coches
ya no descansan en el asfalto
porque todo está girando
y las lágrimas
-que son de libertad-
desandan el camino andado
y vuelven a mis pupilas
porque estoy al revés,
y mi cara triste
ya no lo es,
porque boca abajo
se convierte en sonrisa.

ECLIPSE GIRASOLAR.

Vago por campos de trigo infinito.
Campos sin afeitar
que desprenden colores que huelen al verano de fuego.
No hay viento,
no hay ruido,
pero todo se balancea, todo está en su sitio.

Piso las arrugas de la tierra sedienta,
tras la brecha de sangre trazada
por la cuchilla de oro.

De entre las espigas del cabello
brotan gotas de agua
que resbalan mi cara para estamparse en el suelo;
voy repoblando de tristeza el terreno
y la sombra del fruto protege mi cuerpo.

Camino al ritmo de la tierra,
incesante,
como el latido acompasado de un cometa que se desintegra;
avanzan mis pies de ceniza.


La luz nos convierte en trigo,
los rayos de un sol que se esconde.